miércoles 9 de septiembre de 2009

El Avión Fantasma de Abades



Algo muy extraño ocurrió en Tenerife el 9 de julio de 1992. Numerosos testigos vieron caer un avión al mar. Al día siguiente, los equipos de rescate salían con las manos vacías. Ni rastro de la aeronave. Las hipótesis sobre lo sucedido se disparaban. Todos los investigadores se ponen de acuerdo a la hora de resaltar la extrañeza de un suceso que a día de hoy sigue constituyendo un mar de dudas.

Por Alfonso Ferrer


Serían en torno a las ocho y media de la tarde. El venezolano Juan José Hernández, que contaba 35 años de edad por aquel entonces, circulaba por la vía TF-1 (la autopista del sur de Tenerife, muy próxima a la costa este de la isla). Se desplazaba con su furgoneta desde la cercana localidad de Güímar en dirección hacia Abades. A pocos metros de la salida, algo llamó poderosamente la atención de Hernández cuando miró por la ventanilla. Observó las evoluciones de lo que el definiría como un avión. El aparato volaba a muy baja altura, casi haciendo vuelo rasante por encima del mar. Nuestro protagonista recuerda tomar como referencia el cercano faro de Abades y manifestaba contemplar la extraña aeronave a esa altitud aproximada.

Juan José prosiguió su camino, salió de la autopista y se dirigió, a través de una carretera auxiliar, hacia su destino. Entonces irrumpe en la calzada un matrimonio que parece pedir ayuda. Nuestro testigo para el vehículo y les atiende. Cuando la pareja señala hacia el horizonte, el venezolano no puede creer lo que está contemplando: un avión flotando en el mar. Tal y como nos manifestaría recientemente, en ese momento pensó: “¡Demonios! Ese es el avión que estaba viendo antes”.

Los testimonios se multiplican

Muchos podrían pensar que lo relatado por Juan José Hernández no pasaría de ser una mera anécdota o alucinación. Uno de los aspectos más interesantes del asunto es que su testimonio, siendo el más significativo, no fue el único. Simultáneamente, se dieron otras observaciones del incidente en zonas relativamente alejadas. Unos kilómetros más al norte, circulando por la citada autopista, María Teresa Gil describió un avión comercial tipo Boeing, en el agua. Afirmaba haber visto parte del fuselaje y, sobre todo, la cola.

También fueron testigos de excepción unos chavales que se encontraban acampados en la ensenada de Abades. José Fidel Cerdeña, que en aquel tiempo contaba con 16 años de edad, se encontraba al pie de la playa cuando junto a varios de sus amigos cuando observó algo parecido a un avión a muy baja altura. Una montaña cercana les impidió seguir contemplando la aeronave. No le dieron mayor importancia y se metieron en su caseta. Al cabo de unos segundos llegó un gran estruendo y se asustaron.

Tres grupos de observadores que no se conocen entre sí, situados en zonas alejadas unas de otras aportan una objetividad importante al suceso. No cabe duda, algo (lo que fuera) cayó aquel día en Abades.

Al margen de los citados testimonios, el diario local El Día recibe decenas de llamadas, dando detalles similares a lo ya descrito. La Policía Nacional recibió asimismo la llamada de una señora que afirmó haber visto caer al mar un avión, en el kilómetro 45 de la autopista.

Juan José Hernández se referiría a lo que vio como un aparato de pequeñas dimensiones, como una avioneta. Era tal el grado de convencimiento ante lo que estaba viendo, que podía dar detalles como el de la cola de la aeronave. Ésta era blanca con una franja azul.

Después de su observación junto a la pareja que hizo parar su vehículo, se encaminó a la cercana localidad de La Jaca a pedir ayuda por teléfono a la Guardia Civil. Nuestro testigo se encontraba bastante asustado y temía por las vidas de los tripulantes del avión siniestrado. Al poco tiempo, el pueblo de Abades se colapsaba. Medios de comunicación de todo tipo se dieron cita en el lugar de los hechos.

Llegaron los equipos de rescate e iniciaron las labores de rastreo. Tres buzos, una zodiac, cuatro vehículos de apoyo, e incluso un helicóptero, se emplearon a fondo. Las actividades de búsqueda finalizaban a la mañana siguiente. Ni rastro de aviones ni nada parecido. Los responsables de AEA (Ayudas de Emergencias Anaga), en su informe, descartaron “observar alguna anormalidad en el fondo marino. Ni grasa ni otro tipo de materiales había en el fondo arenoso”.

El asunto fue carne de cañón de los rotativos en las jornadas siguientes. Las especulaciones se disparaban: un avión, un meteorito, pruebas militares…

Por su parte, la Guardia Civil tomó declaración a varios testigos, entre ellos al propio Hernández, que fue requerido hasta en dos ocasiones.

Como suele ocurrir con este tipo de episodios, el propio paso del tiempo se encargó de enterrar el caso. Ante la falta de datos, las autoridades y los investigadores particulares desisten del vano intento de dar explicaciones concluyentes. Ahora, reabrimos el expediente Abades para acercarnos a la resolución de un enigma que ya tiene 17 años.

Abades, caso abierto

Abades es un pequeño pueblo costero situado al sur de Tenerife. Como ha ocurrido en numerosas ocasiones con otras localidades de la isla, el lugar ha sufrido los rigores de la expansión turística. Lo primero que llama la atención al llegar es un moderno complejo de apartamentos que aporta vida a un paraje ubicado en medio del semidesértico sur de la isla. Cualquier cosa extraordinaria que ocurriera en Abades, a buen seguro que no pasaría desapercibida.

Nos acompaña el sol apacible de una mañana tranquila. Todo es quietud y rumor de olas. Preguntamos por el asunto a la gente, pero se limitan a ponernos cara de extrañeza. Casi nadie parece acordarse de un asunto que en su día conmocionó a la opinión pública.

Nos dirigimos al bar “Amazona”, cerca de la playa, cuya propietaria casi se ha convertido en la involuntaria cronista de los hechos. “Yo no vi nada pero oí un ruido muy grande”. Aunque los testigos visuales fueron contados, la percepción de un gran estruendo fue algo generalizado en el pueblo. En el mismo bar, un experto en pesca submarina me habló de las peculiaridades del fondo marino en esa zona. El terreno, por debajo del mar, inicia un leve descenso para después, dar paso a un auténtico abismo. El veterano pescador lo definía como muy oscuro, “al menos unos 500 metros de profundidad”. Ya se había hablado en su momento de este precipicio marino y se especuló sobre la posibilidad de que los submarinistas de los equipos de rescate, en su momento, no hubieran dado con el aparato porque éste hubiera caído por semejante agujero negro. Pero aún así, ¿no debería quedar algún resto a flote?, un ala rota, manchas de combustible...

Al salir del “Amazona” distinguimos la montaña de Abades, a unos cien metros del casco, detrás de la cual se vio caer el avión. Al otro lado de ese montículo está la caleta desde la que los chicos que acampaban aquella jornada de julio de 1992 vieron casi en sus narices el misterioso avión, a ras del mar. Para llegar a ella hay que cruzar con un todoterreno un camino insufrible durante unos cinco minutos. Una vez llegamos la recompensa es la visión de un mar gigante que se extiende sin límites. Desde este lugar es fácil imaginar la observación de José Fidel y sus acompañantes.

Por fin doy con Juan José Hernández, el testigo principal del caso. Al principio se muestra receloso. Estaba algo resentido con los medios por la sombra de duda que en algunas ocasiones había caído sobre él. Finalmente accede a hablar conmigo y reconstruye lo vivido el día del extraño suceso. Para Hernández aquello debió tratarse de una avioneta. Él me lo manifestaba bastante seguro. Algo que tuviera que ver con narcotráfico o contrabando. Hablaríamos de una avioneta que cargaría droga, intentando adentrarse en Tenerife. Al aproximarse a la isla habría descendido bastante de altitud para eludir los radares. Debido a los intensos vientos que soplaban aquel día, el aparato perdió la estabilidad y se fue al mar.

Me daba datos de lo que él pensaba. Según su teoría podría tratarse de un modelo Falcon 500. Una avioneta del mismo tipo había desaparecido tan sólo días antes en Venezuela y no se había encontrado. Para nuestro testigo el robo de avionetas es una práctica habitual en Sudamérica. El Falcon 500 es un aparato adecuado para este tipo de incursiones. Pequeño, maniobrable y con autonomía suficiente.

La hipótesis del Falcon 500 parece viable pero volvemos al mismo punto: ¿dónde están sus restos?

Los investigadores entran en la escena

Al día siguiente de lo ocurrido se presentó en el lugar el desaparecido y recordado periodista Paco Padrón. Iba acompañado por el investigador Jesús Tremps. Ambos tomaron testimonios a los vecinos, entre ellos, los chicos de la playa. Obtuvieron fotos y reconstruyeron lo sucedido. El amigo Tremps guarda un gran archivo del caso: prensa, fotografías, artículos,… Gracias a su fichero hemos podido elaborar en gran medida el presente trabajo.

Hace unos años, en un proyecto televisivo en el que ambos estuvimos inmersos, rescatamos este asunto. Tremps hizo las gestiones para volver a llevar a Abades al equipo de submarinistas de AEA, quienes muy amables se prestaron a hacer una segunda batida en la zona, ampliando incluso el perímetro de búsqueda. Los resultados fueron igualmente infructuosos.

Cuando revisábamos en su archivo recortes de prensa y fotografías me comentaba algo curioso. El piloto del helicóptero de la Guardia Civil que aquel día participó en el rastreo le aseguró que notaba una ligera pérdida de control del aparato cuando sobrevolaba la zona exacta del incidente. ¿Estaríamos en una zona donde se generan peligrosos vórtices de aire? ¿Alguna anormalidad geomagnética?

Uno de los trabajos que más ha contribuido a entender lo sucedido en Abades apareció en la revista Espacio y Tiempo, la mítica publicación que dirigiera el admirado Fernando Jiménez del Oso. En octubre de 1994 firmaban un artículo sobre el caso los investigadores Ricardo Campo y Vicente Juan Ballester Olmos. Su título: “El caso del avión estrellado que nadie reclamó”.

Me reúno con Campo en una concurrida cafetería. Me proporciona una copia de su artículo y me relata todos los detalles de una investigación en la que estuvo metido hasta la médula. Según sus palabras: “Contacté con los aeropuertos y el Centro de Captación de Radares y ninguno detectó alguna anomalía”. No había constancia de pérdida de ningún avión o avioneta. Si se tratara de un avión comercial, la compañía lo hubiera reclamado oportunamente.

Muy cerca del pueblo se halla una zona de uso militar, actualmente abandonada. Una posibilidad es que todo se debiera a un experimento como el lanzamiento de algún cohete. ”Me puse en contacto con la Comandancia de Marina de Santa Cruz de Tenerife por si se hacían maniobras militares y me dijeron que no”.

También descartó una posible confabulación de las autoridades aeronáuticas para ocultar un accidente. Simplemente, no tiene sentido.

Sí se mostró más favorable, aunque con reservas, a la posibilidad de que lo observado fuera un RPV (Remotedly Piloted Vehicle), una especie de avioncito no tripulado cuyos usos van desde el ámbito civil, como la prevención de incendios, hasta el militar o el espionaje.

Precisamente, hace 3 años que teníamos constancia de un dispositivo similar desarrollado por la empresa Lockheed Martin. Hablamos del Cormorant, un pequeño avión teledirigido cuyas pruebas ya está realizando el Departamento de Defensa norteamericano. Iría ubicado en los tubos de misiles de los submarinos. Así podría salir y entrar en el mar tras haber llevado a cabo una posible misión de espionaje.

Ballester Olmos y Campo se muestran muy críticos con todo lo que tenga un origen misterioso. Aún alejándose de posibles explicaciones sobrenaturales, no dejan de reconocer la extrañeza de lo sucedido. En su trabajo de Espacio y Tiempo podemos leer: “Sin embargo, parece indudable que algo cayó –o descendió- en Abades aquella tarde del 9 de julio de 1992; al menos, eso parece quedar de manifiesto en el testimonio de los testigos que podríamos resumir con esta frase: vimos caer y flotar en el mar algo y era muy parecido a un avión. En ningún caso hicieron especulaciones gratuitas sobre la naturaleza de lo observado y mucho menos las vamos a hacer nosotros aquí, fuera del límite de lo razonable”

¿Qué cayó en Abades?

Nos permitiremos concluir la lista de especulaciones con dos hipótesis:

Una de ellas, la más atrevida, habla de un proyecto del cual se escribió algo, a principios de los noventa, en algunas revistas de carácter científico. Se trataba de un avión-submarino cuya fabricación se estaba proyectando en Francia: el Trifibio. Un avión que podría volar y entrar en el mar como si tal cosa. No sabemos qué fue de semejante engendro; si llegó a buen puerto o se quedó en el papel. Nos ha sido imposible seguirle la pista.

La otra nos habla de aviones-blanco. En abril de 1980, la prensa local se hacía eco del hallazgo de lo que parecía ser un misil flotando en aguas de La Gomera. Se trataba de un dispositivo similar a un cohete pero con alerones delanteros y traseros que le conferían el aspecto de un pequeño avión. Se tratarían de blancos aéreos. Estos aparatos eran teledirigidos y no llevaban tripulante. Se empleaban para ejercicios de tiro de la marina norteamericana aunque la española también contaba con algunos. El que se encontró era un modelo “Chukar II”. En agosto de 1981, se repitió el episodio con el rescate de otro aparato similar en Tenerife, en Punta del Hidalgo. ¿Pudo tratarse de un blanco aéreo lo observado en Abades?

Las pistas nos han llevado a los archivos del Juzgado de Instrucción de Granadilla, también en Tenerife. Tenemos constancia de que en estas dependencias se archivaron unas diligencias efectuadas por la Guardia Civil. La burocracia y la dinámica propia de este tipo de procedimientos han impedido que podamos acceder a dicha documentación antes de cerrar el presente trabajo.

El Enigma Continua…